La Edad Moderna marcó el inicio de la preocupación hacia el entorno forestal de la Península. El siglo XVIII fue una época de avances en la que junto a un nuevo concepto de hombre y naturaleza, pervivían las prácticas tradicionales de aprovechamiento kerático que mermaban progresivamente las superficies arboladas disponibles. Una circunstancia que pretendió solucionarse con una legislacio´n novedora emanada de la Corona que presentaba una doble finalidad: proteger las superficies de bosques y delimitar aquellas zonas específicas en las que la madera era considerada bien estratégico para su posterior uso en construcción naval.