Al tiempo que, bajo la excusa de la crisis económica, los recortes en cultura aniquilan las políticas públicas de apoyo a la producción cinematográfica, una serie de factores se han dado cita para hacer de éste uno de los momentos más efervescentes del cine español, y de manera muy especial del cine documental. Si la creciente accesibilidad de la tecnología ya supuso a comienzos de este siglo un notable punto de giro en la democratización de la producción de imágenes, el actual panorama del documental español se ha visto enriquecido por la afluencia e interrelación de creadores que, con diverso bagaje y formación, tienden a la hibridación formal y a reivindicar una voluntad creativa sin límites. Más allá de las obvias diferencias entre el cine de ficción y el documental, la exploración de las distintas formas expresivas, pero también de las más variadas fórmulas de producción y distribución, es moneda común entre muchos de los cineastas contemporáneos.
En palabras del documentalista hispanosuizo Fernando Melgar, la diferencia entre la televisión y el cine documental es que la primera va a contracorriente de la realidad, y el segundo sigue la corriente de la realidad. Aunque no hay discusión sobre la influencia que el medio ejerce en el planteamiento de una producción documental, lo cierto es que la televisión ha constituido tradicionalmente una de las principales ventanas de difusión del documental. Sin embargo, esta circunstancia también se ha visto notablemente alterada en los últimos tiempos, en el marco de la crisis económica y en plena transformación de todo el sector audiovisual. Como contrapartida, las películas documentales están encontrando nuevos canales de difusión caracterizados por la especialización de sus públicos. Así, no hay que buscar la presencia del cine documental contemporáneo en las salas del circuito comercial de exhibición, sino en nuevas salas alternativas, algunas de ellas públicas, otras comunales o autogestionadas a las que se suman cada vez más frecuentemente las salas de centros de arte o museos en las que la no-ficción tiene cabida.
La simultaneidad de los estrenos en las distintas ventanas, la creciente oferta de cine documental en consolidadas plataformas de exhibición en la red como Filmin o el surgimiento de otras que, como Plat, tratan sin motivación comercial de impulsar, poner en valor e investigar la producción cinematográfica más arriesgada, en la que la no-ficción juega un papel primordial, dibujan algunas de las coordenadas esenciales de la exhibición del documental hoy. Un panorama que permite la existencia de un cine concebido y producido al margen de los parámetros industriales favorecidos desde hace décadas por la administración, y en el que la existencia de un único modelo posible cada vez se pone más en entredicho. Nos encontramos en cambio ante la convivencia de distintos modelos que, casi a medida, se ponen al servicio de la riqueza y diversidad del actual cine documental. Los modelos de financiación, las políticas culturales, el papel de las cadenas de televisión y de los festivales de cine y los circuitos de exhibición: todos los actores se encuentran en un convulso pero apasionante momento de transición.