En Los espigadores y la espigadora (Les Glaneurs et la glaneuse, 2000) de Agnès Varda el tema principal es el espigueo, una forma tradicional agrícola en la que una vez hecha la recolección todo lo sobrante se podía recoger por quien quisiese. La autora comprueba lo que queda de esta forma tradicional y lo que al amparo de las nuevas formas sociales y comportamientos económicos se ha convertido en un medio para personas sin recursos, ya no solo en el campo, sino también en la ciudad. Estas conductas le permiten moverse entre una postura ética y estética, sin perder nunca de vista el lado humano de quien lo realiza.
No es difícil situarse en la inmoralidad de una sociedad del usar y tirar. Esta posición es la que hace que el film de Varda sea una denuncia al modelo económico basado en el consumo, aunque con algunas matizaciones, porque el interés es más humano que económico y con una pluralidad de discursos que, como señala Ben Tyrer, subrepticiamente plantea cuestiones políticas pero con pocas respuestas.
Sin embargo, su película contiene algo que corre en paralelo con esa temática. Se trata de la aparición y protagonismo de la directora en una forma de autorretrato audiovisual. Su obra se integra en las cada vez más pujantes obras del yo en las que un narrador autodiegético es protagonista en pos de sí mismo. Nuestro artículo se centra en las maneras en la que Agnès Varda se autorretrata. Utilizamos el plural porque no se trata de un solo autorretrato sino de varios que se desarrollan entre el realista y el conceptual.