Las metáforas son el lenguaje de los poetas, ¿o no? Vivimos en una realidad muy prosaica. Pareciera que solo hablamos en prosa, en lenguaje racional, incluso con códigos
comunicativos cada vez más digitales y menos analógicos, la realidad reducida a ceros
y unos, porque solo importa lo que se puede contar, pesar o medir.
Lejos de esto, el estudio que sigue a estas palabras de introducción nos pone al alcance
de la mano y de la mente un acercamiento a la realidad que parte, precisamente, de lo
contrario. Que apuesta por que las metáforas no son ni exclusivas de la poesía, ni algo a
desterrar por irrelevante. Que las metáforas forman parte de la expresividad humana;
que, además, pueden ser un mecanismo privilegiado para comprender lo que está pasando, lo que, dicho en prosa, sería entender la metáfora como analizador social.
Porque, aunque no terminamos de ser conscientes de ello, usamos metáforas continuamente. A través de ellas expresamos realidades muy complejas de manera muy directa y clara. Aunque no sea racional ni reductible a estadísticas, y queden lejos de la
precisión, las metáforas nos ubican en lo verosímil, en algo que «se parece a la verdad»,
pero que nos deja claro que no lo es del todo. Una modestia expresiva, que en muchas
ocasiones se echa en falta en las rigurosidades del lenguaje científico, que no deja de
ser, en otra forma, una aproximación a la verdad.