Los estudios desde la perspectiva de género, impulsados por Nochlin, Pollock, Parker y muchas más historiadoras feministas del arte, contribuyeron a la visibilidad de las artistas, evidenciando el contexto de desigualdad de sus trayectorias y los prejuicios hacia sus creaciones. Pero, a su vez, prosiguieron revelando otras situaciones de explotación y subordinación, las sufridas por las personas subalternas, conduciendo al análisis crítico poscolonial de sus representaciones, siguiendo las teorías de Spivak, hooks o Said.
En este estudio convergen ambos objetivos. Por una parte, acercarnos a una artista, Anna Quinquaud, dedicada a la escultura, una de las artes que se consideró menos adecuada para las mujeres. La artista marchó, a comienzos del siglo XX, a buscar la inspiración y la belleza entre la población africana, a la que acabó admirando, comprendiendo y convirtiendo en protagonista de su producción artística, con especial interés por la situación de las mujeres nativas.
No obstante, sus tres viajes, de tres años de duración, fueron impulsados por los deseos imperialistas, en este caso los de la metrópolis francesa, que subvencionó estas estancias y condicionó sus encargos. Anna contribuyó con su obra a la difusión de la imagen de personalidades relevantes de ese mundo colonial, tanto sometidos, como conquistadores, en ocasiones, con fines diplomáticos, buscando acercamientos con aquellos países aún libres del yugo europeo.
La artista, durante mucho tiempo invisibilizada, por dobles circunstancias, el ser mujer creadora y parte de esos contextos de explotación, se nos descubre como una occidental que intentó que se mirara con nuevos ojos a esa población infravalorada y que, a lo largo de todo el proceso, acabó siendo crítica con la actuación colonizadora de la Europa hegemónica.