El presente escrito aborda el problema que en medios profesionales y académicos se rotula como “ética de la traducción”. Dicho rótulo resulta problemático porque parece indicar que hay una sola concepción de la traducción y, por ende, un único modelo ético aplicable. Ni una cosa ni otra son ciertas. Tendremos ocasión de examinar las diferentes maneras de traducir y, desde luego, la necesidad de contemplar más de un enfoque ético, más aún si tenemos en cuenta que, además de las diferencias en cuanto a los tipos de traducción practicados, existen diferentes concepciones ideológicas respecto a cuestiones tales como el acceso a la verdad, la influencia más o menos consciente de las propias convicciones del traductor en los textos o discursos que traduce o la necesidad o no de poner límites a la mercantilización de las actividades humanas. De cualquier modo, es cierto que vamos a movernos con esos dos horizontes en perspectiva, el de la ética y el de la traducción. Y, ¿tiene sentido unir esas dos temáticas?, ¿cabe un abordaje ético de la traducción? La respuesta, lógicamente, es que sí, y un sí rotundo. El traducir es una actividad lingüística, como resulta evidente en la más superficial de las observaciones, pero, a poco que nos detengamos a considerarlo, están inevitablemente asociados factores y aspectos de orden ético.