El 11-S no solo marca un punto de inflexión en la política estadounidense; supone también la desestabilización de los mecanismos de poder a nivel mundial. La lucha contra el terrorismo se constituye a partir de entonces como un eje fundamental en la política criminal transnacional ante el interrogante de cómo abordar este nuevo fenómeno. La primera opción pasa por ahondar en las causas que propician este novedoso modus operandi, ya que solamente entendiendo las razones que lo alientan se puede combatir con mayor eficacia. Dicha solución –incluso de fuerza- implica un trabajo conjunto, desde la esfera política y social y, sobre todo, supeditada a los límites y garantías del Estado de derecho, basándose en el respeto de la legalidad como principio básico en el orden internacional . Esta opción, a pesar del reto que entraña, representa también una gran oportunidad para reforzar las relaciones de cooperación internacional entre los Estados.