El origen de lo que hoy en día se conoce como radicalización nace a partir de un intento de explicar las raíces del fenómeno terrorista surgido tras los ataques de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 (Neumann, 2008, p. 4); adquiere mayor protagonismo a partir del terrorismo acontecido en Europa desde 2005 y se institucionaliza con las políticas de contrarradicalización europeas posteriores. La expansión en el uso de dicho término así como su importancia en el ámbito público recae en la utilidad que adquiere en las agendas políticas y de seguridad actuales (Neumann, 2013, p. 878): el influir en el proceso de radicalización de un sujeto puede ayudar a prevenir el terrorismo. Por este motivo, no faltan autores que tratan de proporcionar respuestas empíricas a partir del estudio de las dinámicas y procesos de recluta-miento, del análisis del papel ejercido por los miembros dentro de las células terroristas con arreglo a los roles asignados o de la función desempeñada por la religión dentro del proceso de radicalización. Otros, por el contrario, se ocupan de la materia desde un ámbito más dogmático, acudiendo a la teoría de los movimientos sociales como método para desentrañar el potencial movilizador de dicho fenómeno, o explicando la radicalización como una problemática conductual de gran complejidad. Por último, ciertas contribuciones académicas se centran en la relevancia de los conflictos y la política exterior. Esto no demuestra sino la gran complejidad que entraña la comprensión del fenómeno en su totalidad, en tanto que hay que valorar la combinación simultánea de contextos locales y globales (Ranstorp, 2010, p. 2,3), que además no siempre interaccionan del mismo modo.