La ciudad de Mondoñedo vive durante los siglos del Barroco una verdadera vorágine
constructiva, patente en edificaciones religiosas y civiles. Esta febril
actividad atrae a arquitectos foráneos, como el asturiano José Martínez Celis y el
alcantarino leonés fray Lorenzo de Santa Teresa, que implantan en la sede episcopal estilos
imperantes cerca de los límites de Galicia. Al reclamo de la clientela eclesiástica acuden
maestros de la archidiócesis compostelana como Ángel Puente, Ambrosio de Monteagudo
y José Antonio Ferrón. Junto a ellos trabaja una pléyade de artífices locales: Alonso y
Miguel Rico, Francisco y José de Lepine, Antonio Blanco, Salvador Fernández y Antonio
Rodríguez Maseda, ya en sus últimos años. Se renuevan las viejas fábricas medievales, al
igual que en el resto de núcleos gallegos durante la Edad Moderna: el convento de San
Martín de Villaoriente, de terceros regulares franciscanos, se remoza por completo entre
1687 y 1715, y la capilla de Nuestra Señora de los Remedios se transforma en su integridad
entre 1733 y 1754. A ello se suman arquitecturas de nueva planta que ayudan a conformar
el paisaje urbano mindoniense, como el convento de Nuestra Señora de la Concepción, ya
existente, pero que ahora se traslada al centro de la ciudad reaprovechando un palacio
urbano que se acondiciona entre 1713 y 1716, y el convento de San Pedro de Alcántara,
levantado entre 1729 y 1731, incluida la capilla anexa de la VOT.
La mayor parte de estas encomiendas se deben al patronazgo de los obispos de la primera
mitad del setecientos, el jerónimo fray Juan Antonio Muñoz y Salcedo y el benedictino fray
Antonio Alejandro Sarmiento de Sotomayor. La propia catedral no es ajena a los cambios,
pues a esta etapa corresponde la magna obra de la fachada oeste, ahora objeto de estudio,
trazada por el arquitecto cisterciense fray Agustín de Otero y erigida entre 1717 y 1721
merced a la financiación del primero de los mitrados señalados.