La conectividad del paisaje se suele definir como la facilidad o el impedimento que presenta el paisaje para el desplazamiento de las especies entre teselas o parches de hábitat. Las principales amenazas que impiden que un territorio se encuentre conectado
son la pérdida de hábitat y la fragmentación (Salido Pérez, 2013; WWF, 2015). La reducción y fragmentación de los hábitats naturales o seminaturales de nuestro planeta con su secuela de pérdida de especie está considerada como una de las amenazas más frecuentes y ubicuas para la conservación de la biodiversidad (Turner, 1996; Santos y Tellería, 2006). Las causas de la fragmentación o pérdida de hábitat son las barreras artificiales, las barreras naturales y las barreras culturales. Las principales barreras artificiales están formadas por la infraestructura viaria, la urbanización y los usos del suelo. Por su parte, las principales barreras naturales corresponden con las alineaciones montañosas y los grandes ríos por último la barrera cultural, o dicho de otro modo, la cultura que prioriza el ambiente antrópico al natural (Salido Pérez, 20013; WWF, 2015). Con frecuencia se utilizan indistintamente los conceptos de conectividad y corredores como sinónimos. Sin embargo, la conectividad debiera ser el objetivo a seguir. Los corredores son sólo una de las opciones a utilizar para facilitar la conectividad. Así un corredor ecológico se define como un elemento del paisaje cuya función es la de conectar dos o más sectores con características ambientales similares de manera que sea transitable y sirva de conducto a los desplazamientos de las especies (Salido Pérez, 20013; WWF, 2015). Por ello es fundamental integrar los criterios de conectividad ecológica en la planificación territorial y sectorial.