El uso de la Inteligencia Artificial y los algoritmos en el entorno de trabajo se está implementando con bastante asiduidad por parte de las empresas, ya que permite la toma automatizada de decisiones con la mínima intervención humana (salvo en el proceso previo de aprendizaje de la máquina). Con ello, se puede observar cómo cada vez más resultan sustituidos los pensamientos más emocionales, subjetivos y, en general, más humanos, por una excesiva objetivación hacia la tecnología, con una preocupante tendencia instrumentalizadora. A ello se suma la escasa implicación que tienen las empresas en crear algoritmos digitales basados en parámetros de justicia, ya que, en el proceso de enseñanza del algoritmo, en ocasiones, se utilizan datos previamente sesgados que ocasionan discriminaciones entre las personas trabajadoras de diversa índole. E incluso nos podemos encontrar con otras empresas que – de una manera directa, aunque opaca – realmente tengan la intención clara de crear algoritmos digitales sesgados. Sea de una forma u otra, la realidad de las cosas muestra que en la actualidad esta situación representa un importante desafío para el Derecho del Trabajo, principalmente por la escasa regulación existente al respecto, ya sea a nivel nacional como internacional, siendo necesario reflexionar en profundidad sobre estas cuestiones, fomentando el género humano por encima del factor tecnológico.