Se ha venido considerando tradicionalmente a la Frontera Africana de Castilla (y a la serie de establecimientos que la formaban) como tal “frontera de exclusión”, “islas aisladas” de su contexto territorial inmediato, pequeños islotes europeos perdidos en África. Sin embargo, las interacciones castellano-magrebíes fueron constantes, surgiendo en torno a los citados establecimientos una “zona de contacto interétnica” entre magrebíes y castellanos, escenario de una amplia gama de interacciones de diverso signo posibilitadas por los intermediarios transfronterizos (“moros de paz”, “lenguas”, “trujamanes” y “mogataces”) que intermediando entre ambos bandos lograron articular un denso tejido relacional que tuvo su máximo exponente en el establecimiento de Oran-Mazalquivir.