Pedro López Calderón fue un pintor novohispano activo entre las dos últimas décadas del siglo XVII y las tres primeras de la siguiente centuria. Aunque durante la mayor parte de su carrera se mantuvo asentado en la Ciudad de México, sus obras se extienden desde la región chiapaneca en el sur a los centros mineros del septentrión novohispano, existiendo testimonios de su trabajo en buena parte de las principales ciudades
del México virreinal. Su figura y producción habían sido muy poco atendidas hasta la fecha, en que recientes estudios las están recuperando y empezando a dar a conocer. Entre otros sugerentes resultados, nos sorprende descubrir a un pintor particularmente valorado por el cliente hispano, al que podemos intuir detrás de muchos de sus más relevantes encargos y de la propia ubicación de los mismos. Salieron de su pincel
diversas efigies patronales peninsulares, como los santos mártires malagueños Ciriaco y Paula o la riojana Virgen de Valvanera. Una Divina Pastora firmada en 1732 da cuenta de la pronta llegada de esta devoción sevillana a las américas. Pero esta, en claro ejemplo de tornaviaje, hubo de querer volver a donde fue concebida, admirándola hoy entre nuestras colecciones conventuales. Siempre en torno al puerto de Indias, otras clausuras y colecciones particulares atesoran también efigies guadalupanas de su autoría. De manera que hasta seis ejemplares vuelven a atestiguar, ya en nuestras orillas, cómo López Calderón encontró en el español devoto y viajero uno de sus nichos preferentes de mercado.