Anselmo Gómez de la Torre accede a la Mitra tudense tras una vida consagrada a la Orden benedictina. Entre 1689 y 1720 emprende una intensa actividad de patronazgo artístico, ya sea como promotor o en su condición de mecenas del Cabildo catedralicio. Durante su mandato impulsa la reforma arquitectónica y dotación de la capilla de Santa Catalina, convirtiéndola en recinto privativo de su linaje familiar. La inusual generosidad de este prelado posibilita que la basílica pueda despertar de un profundo letargo por medio de la renovación del mobiliario litúrgico y sus programas figurativos. Al amparo de su magnificencia se construyen retablos, las puertas de entrada a la basílica, las cajas de los órganos, la cajonería de la sacristía mayor y dos sillerías en la sala capitular y el coro. Esta última es objeto de estudio del presente libro, junto con la figura del mitrado cántabro, cuyo blasón figura en la cátedra episcopal. A partir de su contratación en 1699 se crea una sinergia muy productiva entre el obispo, el maestro Francisco de Castro Canseco y el canónigo Juan de Armida y Puga, que ejerce de mentor. La obra lignaria alberga cinco series iconográficas dedicadas a San Telmo, los santos del martirologio diocesano, la Iglesia Universal y la Virgen María.