El presente artículo analiza cómo y por qué el mundo antiguo está de nuevo convirtiéndose en fuente de legitimación política y cultural. Se presta una atención preferente a la antigua Roma, idealizada como modelo y empleada también como paradigma imperial dentro de los ámbitos no académicos, donde persiste una imagen muy esencialista del pasado, la cual parece responder a una recurrente necesidad de referentes en el contexto actual de crisis sistémica. En paralelo, ahondamos también en los argumentos que, vinculados a un nuevo giro “derechizador” en parte del planeta, usan el ejemplo romano para justificar planteamientos racistas y xenófobos. Todo ello se adereza a veces con un marcado carácter anticientífico.