La mirada de la cultura popular hacia el arte siempre ha tenido para el
creador la contrariedad de la burla y la recompensa de la difusión, darse a
conocer en los nuevos medios de comunicación de masas multiplicando su
público, a medias entre la admiración y el ridículo. Lo comprobaron por
primera vez pintores y escultores al final del siglo XIX, entre la crítica
oficial y especializada y la más popular y en apariencia menos objetiva de
humoristas y sus jocosas interpretaciones. Uno de esos artistas era el joven
Pablo Ruiz Picasso, con algunas críticas gráficas desconocidas que arrojan
nuevos datos sobre la complejidad de su primera etapa artística española y la
importancia de las revistas ilustradas en la cultura visual de sus inicios y en
su mundo profesional. Los datos recogidos en la hemerografía de la época
componen una narración distinta de la oficialmente admitida.