Los docentes de Traducción e Interpretación estamos habituados a un sistema de evaluación en el que, por un lado, el estudiante realiza ciertas tareas en el tiempo de clase y, por otro, valoramos fuera del aula un número reducido de trabajos entregados previamente. Estas dos dinámicas se conciben como complementarias. Así, la evaluación de las actividades de clase se considera un tipo de evaluación formativa donde la retroalimentación incide en el proceso, en saber cuál ha sido el camino para llegar a determinadas soluciones y en la valoración de su idoneidad. Se produce una interacción entre el estudiante, que explica cuál ha sido el proceso y justifica sus decisiones, y el docente, que orienta y corrige aquellos elementos del proceso traductor que conducen a soluciones erróneas. El complemento a este sistema de evaluación se halla en los encargos o proyectos de traducción, en los que el docente corrige por escrito las prestaciones del alumno centrándose en el resultado final. Esta sería la evaluación sumativa, donde se valoran parámetros como la corrección y la calidad.
Para los docentes existe una conexión estrecha entre los dos tipos de evaluación. Por eso diseñan determinadas actividades en la evaluación formativa para que el estudiantado adquiera las competencias necesarias para las tareas finales de evaluación sumativa. Pero cabe preguntarse si los estudiantes perciben la relación entre esos dos tipos de evaluación y a través de qué elementos. Este estudio explora cuestiones como cuáles son los aspectos de la retroalimentación oral que consideran útiles, cuáles son los obstáculos que hallan, cómo se produce la comunicación oral con los docentes durante las clases o qué dificultades tienen para trasladar lo aprendido a tareas posteriores. Así, podremos valorar el nexo que los docentes establecemos entre las dos modalidades de evaluación, formativa y sumativa, y el valor que los estudiantes otorgan a la retroalimentación oral, más efímera que la escrita.