Que la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en un
«hecho social» en el sentido que Durkheim atribuía al término es algo
totalmente innegable; como también es de justicia reconocer, aunque
no sin un necesario debate, la razón de Turing cuando ya en los años
treinta con sus avances científicos desmontó el principio según el cual
la inteligencia se consideraba un atributo único del ser humano.