Sin duda la ciudad es hoy un escenario privilegiado para la práctica turística y las ciudades portuarias europeas no son precisamente una excepción. Durante décadas han invertido en la transformación de sus frentes marítimos y la revitalización de sus centros históricos, con el objetivo de ser lo suficientemente atractivas como para competir en el ranking mundial de destinos turísticos que publica periódicamente
la Organización Mundial del Turismo (OMT) (Andrade et al., 2012). Algunas de estas ciudades, como Venecia o Barcelona, son puertos base de varias navieras. Otras, como Málaga, Lisboa, Génova o Nápoles, han centrado sus esfuerzos en aumentar la oferta cultural y competir por ser puertos de las principales rutas de cruceros, aspirando a convertirse en puertos base, cualidad que aumenta considerablemente el beneficio de la economía local. Como expuso Carlos J. Rosa et al. (2018) en su investigación sobre el desequilibrio territorial de la actividad crucerista en los principales destinos portuarios del Mediterráneo, la construcción de terminales de cruceros (CTs) ha revalorizado los núcleos históricos cercanos y los recursos culturales del destino. Sin embargo, el atraque de cruceros cada vez más grandes y el incipiente crecimiento del turismo low-cost también ha provocado la invasión de un turismo de masas que amenaza la identidad de muchas ciudades portuarias europeas y agrava consecuentemente el fenómeno de la turistificación.