La derrota de Napoleón por las potencias absolutistas europeas (1815) significó la vuelta al viejo orden y al absolutismo monárquico, que adoptó cierto aire esperpéntico en nuestro país, de la mano del muy controvertido monarca, Fernando VII. Sin embargo, la transmisión de las nuevas ideas emanadas de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y de la Constitución francesa de 1791, no pudo ser contenida ni amordazada, y entre 1815 y 1833, toda Europa y América latina, se debatieron entre el absolutismo y el liberalismo.