No. No voy a enviar propuesta. Esta convocatoria no es para mí porque lo que hago, lo que hacemos, no es grotesco, violento ni feo. No hay nada ridículo ni impresentable en incluir en la formación del profesorado la prevención de los abusos sexuales en la infancia y la adolescencia. Notables organizaciones internacionales lo recomiendan y las sacrosantas competencias de nuestras asignaturas de educación artística y visual hablan de diseñar y desarrollar espacios de aprendizaje con especial atención a la equidad, la educación emocional y en valores, la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, la formación ciudadana y el respeto de los derechos humanos. De “garantizar el respeto a los Derechos Humanos”.
El grupo forma un círculo. A veces nos sentamos en el suelo. Otras, analizamos los discursos que dibuja el proyector. El intercambio nos alimenta y alivia, nos construye. A veces parece vital. Las palabras se suceden para darle forma a una realidad que, por una u otra vía, llega a las aulas. No es un tema fácil, pero tenemos que hablarlo.
De pronto alguien sale del círculo; desde lejos, nos señala, me señala. Y, a la vez que propone que veamos pornografía en clase (“ya que estamos en una asignatura de arte”) presenta la prevención (mi trabajo, nuestro trabajo) como algo sucio, mezquino, agresivo. Hablar de pornificación le hiere. Aprender a prevenir le hiere. La mirada situada le hiere: es odiar a los hombres. El patriarcado se escandaliza. Hay que contarlo.