El tema de la ponencia es apuntar las características de un subgénero de la crítica literaria que actuó como una herramienta más de censura durante el franquismo, quizá más sutil y menos combativa. Durante este periodo la censura actuó a través de obras que definían, marcaban y delimitaban el canon literario. Ya existía una larga tradición de libros que informaban sobre el criterio moral y estético que debía seguir la literatura (Novelistas buenos y malos del padre Pablo Ladrón de Guevara, 1910 o
Lecturas nocivas y lecturas útiles de Amado de Cristo Burguera y Serrano,1910).
Una de las obras más sobresalientes en esta faceta durante el franquismo lo constituye Lecturas buenas y malas a la luz del dogma y de la moral (1949) del jesuita Antonio Garmendia de Otaola, escritor y pedagogo.
Se trata de un libro de 800 páginas en las que se recogen los juicios críticos de cientos de obras de la literatura universal, que tuvo cierto éxito editorial pues gozó de varias ediciones y además se publicaron hasta cuatro suplementos que ampliaban las obras y los autores analizados.
Una obra como esta se entiende perfectamente en el contexto histórico en el que nace. El mismo autor en su Presentación deja muy claro cuáles son sus intenciones, pues sigue un claro criterio moral para juzgar las obras: «Quiero ser un semáforo que guíe la lectura de la niñez y de la juventud, y adiestre el criterio de los maestros y educadores, de los directores de conciencia y de los padres espirituales» (p. XV).
Sabemos que formó parte de los fondos de las bibliotecas de los centros educativos, especialmente de los religiosos, como una fuente de consulta exhaustiva sobre los libros reseñados.
Irónicamente en algunos casos tuvo un efecto contrario: lectores avisados de la época usaron la obra como guía fiable para leer los libros menos recomendados por el autor.
El objetivo del libro era una forma de censura blanda, a través de la formación del gusto del lector. De ahí el título de la ponencia.