Este estudio surge de la inquietud de unir varias disciplinas que, en un principio, pudieran
parecer independientes unas de otras, pero que con el desarrollo de esta tesis nos hemos percatado que
todos tienen el mismo denominador común: acercar al ciudadano a un lugar destinado al eterno
descanso. Que nos acercan a esta realidad a través de una triple perspectiva: como patrimonio
funerario, en cuanto patrimonio industrial, y desde su potencial turístico. Tres conceptos claves que a
lo largo de todo el estudio pormenorizado y exhaustivo introducirán a la persona en un mundo hasta
ahora desconocido, si bien unidos por un elemento común: la lápida.
Comenzamos con un primer capítulo histórico y evolutivo de los numerosos modos de afrontar
el fenómeno de la muerte, siendo diferentes en cada sociedad y época. Todo pueblo o comunidad tiene
costumbres y ritos propios que los diferencian unos de otros. También abordamos el origen y creación
de los cementerios desde sus formas más primitivas hasta su configuración actual.
La lápida adquiere un papel importante en cuanto que supone la manifestación externa de la
existencia de una sepultura, con sus inscripciones y epitafios, con lo que se pretende mantener el
recuerdo de lo que el difunto hizo o representó en vida, conservándose, de algún modo, su identidad.
Es una forma terrenal de llegar al concepto de eternidad y de preservar la vida de los que fallecen.
Así, la muerte no sería el final de la vida, sino solo un nuevo principio, un cambio de estado.
Durante la Prehistoria, las formas de enterramiento se encontraban, en primer lugar, en las
cuevas y abrigos de montañas. Más adelante, se emplearían tumbas o galerías dolménicas. La
sociedad prehistórica había alcanzado el nivel evolutivo suficiente como para tener una sensación de
trascendencia, lo cual se reflejaba en el propio concepto de enterramiento.