En este trabajo se plantea que uno de los peligros de las nuevas democracias, cuya complejidad ha aumentado sin precedentes en las sociedades modernas, es, según Innerarity (2020), su simplificación. Una característica de estas modernas y complejas democracias es lo que el mismo autor denomina dataismo y que consiste en vincular la cuantificación con la verdad, relacionándola con una falsa idea de objetividad y de certidumbre engañosa que impide un conocimiento cabal de la realidad, lo que permitiría una toma de decisiones más ajustada a la problemática real. Ante los constantes problemas y complejidades de las sociedades, este dataismo produce una demanda de datos para poder legitimar la toma de decisiones política, vinculándola a una idea falaz de ciencia. En este contexto es donde la educación y la investigación basadas en la evidencia han cobrado relevancia. El problema es que dicha perspectiva parte de unos presupuestos muy diferentes a los que epistemológicamente constituyen la educación como disciplina de conocimiento. Por lo cual, esta perspectiva evidencialista se ve obligada, por un lado, a asumir lo que Wrigley (2019) llama reduccionismos para poder desplegar sus teorías e investigaciones; por otro lado, a entender la educación como un asunto técnico, una visión educativa que ya tuvo su época de esplendor y que parecía superada justo por no ofrecer respuestas de calidad a las prácticas de aula. Nuestro planteamiento es que, lejos de una preocupación política honesta por mejorar la educación, la idea que subyace es la creación de relatos políticos que den legitimidad a sus políticas. Nada mejor en la época del dataismo que usar lenguajes basados en datos y evidencias para conectar con marcos mentales de objetividad, verdad o ciencia, que den legitimidad a estos relatos