En la actualidad caminar por Málaga, y contemplar sus numerosas fachadas pintadas realizadas durante la Edad Moderna, es un encuentro imborrable de la sociedad con su pasado. Y una parte del mismo se hizo sobre la base del sustrato que el mudejarismo dejó en la Península Ibérica. Las excavaciones arqueológicas en el centro histórico de Málaga correspondientes a la Edad Media, han permitido conectar el lenguaje ornamental de las arquitecturas pintadas de finales del siglo XVII y XVIII con una tradición que sólo la continuidad del mismo ha hecho posible. La presencia del blanco del estuco, el amarillo de ocre y el rojo de almagra se repite como una especie de mantra en esa franja cronológica, sólo abandonada a partir del último tercio del setecientos cuando se impuso la monocromía en los exteriores de los edificios. Lo mismo sucede con el repertorio ornamental en los muros de los enterramientos localizados en diferentes sectores de la Málaga musulmana. La gota de agua o la escama de pez protagonizan ese espacio que volvemos a encontrar a finales del siglo XVII y hasta la década de los años 60 del XVIII, pero un proceso de resemantización del color. Las ordenanzas municipales de la Edad Moderna han sido otra de las herramientas para analizar esa herencia y su prolongación en el tiempo, así como la terminología que se encuentra en los oficios de albañil, carpintero y pintor. Con esta propuesta se contribuye a un mejor conocimiento de este elemento del patrimonio ornamental pocas veces valorados por su ubicación exterior, su estado de conservación, y en las últimas décadas se ha afianzado su conocimiento social e institucional.