Decía Rodari (2019) que “el niño, cualquier niño, es un hecho nuevo. Y con él el mundo empieza de cero” (p. 7). El oficio de maestro, de maestra, consiste en mediar entre esa novedad y un mundo que ya es, lo que requiere de un delicado equilibro que sostenga la inscripción del otro en la cultura existente al tiempo que nos cuidamos de no bloquear sus posibilidades de ser y llegar a ser (van Manen, 1998); dando forma a la paradoja de que “para crecer, primero hay que `echar raíces´ (Meirieu, 2010, 24). Sin embargo, las relaciones entre esa novedad -esa originalidad radical que portan quienes llegan- y la cultura preexistente, son habitualmente tensas pues dependerán de cómo en cada época, bajo cada modelo de civilización y a la luz del criterio de cada educador, se propongan y sostengan.
En esta comunicación, y sobre este paisaje discursivo, nos queremos sumar a la preocupación y al debate acerca de la trasmisión cultural hoy. Esto supone abrirnos a pensar cuál es la función del maestro y de la maestra en un tiempo donde las relaciones fuertes con la cultura parecen haber desaparecido del ejercicio del oficio. Para ello, nos planteamos pensar en torno a tres nociones (tradición, trasmisión e influencia) con el propósito de variar sus significados hegemónicos, recuperándolas para el pensamiento pedagógico.