Las pinturas exvoto son fruto del encargo de una persona creyente que ha pasado por un trauma o enfermedad y viéndose libre de la pesadumbre encarga un cuadrito para dar testimonio del prodigio experimentado por intercesión divina, cediendo la obra como obsequio a la imagen sagrada protagonista del milagro. Para materializar esta ofrenda recurre a un artista sin formación academicista, pero cuyo trazo y formas representadas son entendibles y del gusto del gran público. De ello intuimos unos honorarios modestos para el artista, pero también su capacidad para ganarse la confianza de la clientela y plasmar sus historias más críticas y personales. Se convierte así en un mediador entre lo celestial y la desgracia humana produciendo uno de los exponentes más evidentes de la religiosidad popular.
Pese a la escasa instrucción y el costo asequible de sus obras, estos pintores son originales, pues cuentan episodios únicos, alejándose de la producción en serie de otro tipo de artesanía. Además, saben escribir, pues estas composiciones no se entienden sin las cartelas donde se narra lo representado, dando absoluto protagonismo a quien financia el cuadro y a lo divino, no consignando su nombre en ningún espacio de la pintura, ni siquiera de forma oculta.
Tras ese anonimato podemos extraer denominadores comunes de los pintores de exvotos a través de los encargos y gustos de su clientela, quien acude a ellos por la efectividad de su producción y capacidad para entender el sufrimiento humano y la esperanza emanada del sentimiento religioso y supersticioso tan característico de la mentalidad barroca.