Los dioses relacionados con los cultos mistéricos se diferencian de los dioses
olímpicos por experimentar un contacto directo con la muerte. El deseo de un
renacer después de la muerte impone la religión mistérica como alternativa necesaria
al culto “oficial”, ya que, en el rito mistérico, a través de una representación de la
muerte el fiel puede acercarse a la divinidad con la esperanza de volver a nacer como
parte de la realidad divina.
Según la doctrina órfica, Dioniso, nacido de la unión incestuosa entre Zeus
metamorfoseado en serpiente y su hija Perséfone, es despedazado y comido por los
Titanes, que cumplen la voluntad de Hera; en seguida Zeus fulmina a los Titanes (de
cuyas cenizas surge el género humano), y, recuperado el corazón de Dioniso (única
parte del dios que sobrevive a la acción de los Titanes), se lo da de beber a Sémele en
una pócima; finalmente, cuando Sémele sigue el consejo de Hera y convence a Zeus
para que se una con ella de la misma manera que con su esposa, muere fulminada, y
el dios tiene que terminar la gestación de Dioniso en su propio muslo2.
Al nacer de las cenizas de los Titanes, los seres humanos serían descendientes de los
mismos; sin embargo, habiendo los Titanes consumido las carnes de Dioniso, los
mismos seres humanos estarían compuestos también por un elemento dionisíaco.
Iniciándose a los misterios órficos, el fiel puede purificarse eliminando de sí el
elemento titánico, y, siguiendo precisas instrucciones, gozar de una vida eternamente
beata.