El objeto libro forma parte de las representaciones habituales de un mundo próximo y real que, rodeando la vida de los hombres de letras y a las élites mismas de la Edad Moderna, pretende alcanzar además un valor de símbolo, como cifra de una vida gastada en la tarea del conocimiento.
No todas esas imágenes del libro; no todas sus comparecencias en el espacio plástico de la Contrarreforma, alcanzan un valor que pudieramos conceptuar como abierta y directamente positivo. También el libro es convocado a figurar como emblema de una peligrosa hybris de saber, una soberbia de conocimiento que acomete a los letrados que a su través se forman. Y en el libro, en fin, se sustantiva, reposando en su forma de volumen, todo un proceso de conocimiento basado en el error, viniendo así a fosilizarse en él la imposibilidad humana de entender la creación y el sentido final del mundo.
De este modo sesgado y contradictorio, la emergencia del libro en los óleos tenebristas y en las vanitas del Antiguo Régimen adopta la contrafigura de una metáfora desolada. En efecto, mostrando su ruina, su degradación y su obsolescencia patética, es el campo todo de la dedicación a las letras el que queda severamente impugnado. Y ello, podemos suponer, dentro del espíritu de la Contrarreforma, confrontado a lo que sería una verdadera ciencia secreta divina, que no puede en realidad pasar por la mediación, demasiado humana, de un mero escrito profano.