El crecimiento en los peces teleósteos, al igual que ocurre en otros grupos de animales, es el resultado de un complejo proceso en el que se ven implicados diversos factores (ambientales, endocrinos, nutricionales y genéticos).
Dentro de los factores endocrinos, existen diversos ejes que intervienen en el proceso de crecimiento. Entre estos ejes, el más importante es el eje somatotrópico, que incluye la hormona de crecimiento (GH), las somatomedinas (IGFI y II), los receptores de estas hormonas, así como las proteínas de unión a la IGF (IGFBP). Sin embargo, otros ejes, tales como el eje hipotálamo-hipofisario-tiroideo (con las hormonas tiroideas T3 y T4 como productos finales), así como el eje hipotálamo-hipofisario-interrenal (con el cortisol como producto final), también juegan un importante parel en el control endocrino del crecimiento.
Dentro de los factores ambientales se pueden distinguir dos tipos: a) factores determinantes (temperatura, salinidad, fotoperíodo) que influyen directamente sobre el crecimiento aumentándolo o disminuyéndolo, y b) factores limitantes para los cuáles existe un determinado umbral (NH4+ u oxígeno disuelto) o un margen de tolerancia específico (pH). Entre los factores ambientales, la salinidad es un factor específico del medio acuático y que, por tanto, constituye una variable susceptible de ser modulada en el sector acuícola. Las especies eurihalinas cultivadas (dorada, lenguado, lubina) pueden hacer frente a los cambios en la salinidad ambiental gracias a la actividad de su sistema osmorregulador. Sin embargo, estos procesos osmorreguladores requieren mucha energía y aquellas salinidades ambientales que disminuyan las necesidades energéticas derivadas de los procesos osmorreguladores podrían salvar energía y ayudar a maximizar el crecimiento.