El gran impulso que el turismo urbano esta teniendo desde el cambio de siglo ha ido parejo con las renovaciones que las ciudades han ido experimentando de forma paralela.
La necesidad de modernizar e impulsar espacios degradados u obsoletos, muchos de ellos como consecuencia de la crisis económica de los ochenta, puso en marcha diversas iniciativas de renovación urbana, desde los conocidos programas Urban cofinnaciados por la Unión Europea, oportunidades vinculadas a eventos deportivos como la Olimpiada de Barcelona o la American’s Cup de Valencia, también a acontecimientos culturales como la Capitalidad Cultural Europea o el Green Capital, han posibilitado la renovación de ciudades, particularmente de sus centros históricos, y la puesta en oferta de su patrimonio, su gastronomía y los itinerarios urbanos.
En ciudades como Barcelona, Valencia o Málaga (centro de esta investigación) el turismo urbano supone aproximadamente un 15% del PIB local, lo que muestra la importancia de esta actividad económica.
Sin embargo los efectos positivos de la actividad turística han ido generando situaciones colaterales de ámbito negativo que han ido erosionando el ya frágil equilibrio que tenia la ciudad histórica, principalmente con su población residente.
Uno de los objetivos principales del Plan Urban cuando se inicio en 1995 en la Ciudad Antigua de Málaga era recuperar la población que la obsolescencia del Centro había creado, de ahí la necesidad de impulsar la actividad económica de la zona, renovar sus antiguas calles y plazas y dotar una política de vivienda que conllevara la atracción a familias jóvenes. El éxito de la Ciudad Antigua como elemento dinamizador del turismo, su gran oferta museística moderna y patrimonial, la recuperación de 44 hectáreas peatonales en una gran supermnazana, no ha impedido que la perdida de población residente siguiera creciendo en contra de los objetivos propuestos.