Con el paso de los años el conocimiento sobre determinados principios utilizados en un ámbito específico va creciendo a medida que se van incorporando los avances del uso de las nuevas tecnologías en el desarrollo de los mismos. Esto lleva a la optimización de estos principios y permite alcanzar cotas de evolución desconocidas hasta este momento, dando así, una nueva perspectiva en la aplicación y eficacia de los mismos.
En muchas ocasiones los avances que llegan al usuario final nacen de grandes proyectos de investigación que se llevan a cabo en las organizaciones más prestigiosas del mundo en su ámbito. Un ejemplo seria los numerosos progresos que se han llevado a cabo en el mundo de la automoción, como la fibra de carbono o la telemetría, y que han surgido a partir de tecnología previamente creada y desarrollada en las escuderías de la fórmula 1. Otro ejemplo sería la multitud de novedosos instrumentos, tales como la tomografía axial computarizada (TAC), los microchip o las lentes ópticas, que se han desarrollado y han evolucionado a partir de las investigaciones realizadas por las agencias aeronáuticas y aeroespaciales de todo el mundo. Precisamente, es a partir de un concurso de ideas propuesto por la agencia americana aeroespacial y por la agencia europea del espacio (NASA y ESA por sus siglas en ingles) a principios de los años 80, como nace una de estas novedades que tiene que ver con el ámbito de la actividad física y la salud.
Dichas agencias pusieron en marcha diversas investigaciones porqué necesitaban solucionar los problemas fisiológicos, de atrofia muscular y de pérdida de masa ósea que sufrían los astronautas que permanecían mucho tiempo en el espacio. Una de estas investigaciones se centró en el uso de la inercia como alternativa al entrenamiento de fuerza convencional, utilizando la sobrecarga excéntrica sin depender de la fuerza de la gravedad.