Por diversas razones, España es un país doblador, que cuenta con una industria que se consolidó tras la Guerra Civil, especialmente tras la Orden Ministerial de 23 de abril de 1941. Ya desde los inicios del cine sonoro, en España empezó a crearse un tejido industrial relacionado con las nuevas profesiones que surgieron como consecuencia de la irrupción del cine sonoro y la necesidad de hacerlo accesible al público no anglófono.
En un principio, la industria se concentró en las ciudades de Madrid y Barcelona, donde surgieron los primeros estudios, algunos de los cuales han tenido una continuidad notable en el tiempo. No obstante, con la llegada de las televisiones autonómicas, del video doméstico, y posteriormente con la era digital, los años 80 y 90 han estado marcados por transformaciones profundas en el sector. Estas transformaciones llegaron de la mano de la evolución de las tecnologías, de la evolución del mercado y de las reivindicaciones de los distintos trabajadores que lo sostienen. Lo que ha marcado especialmente las últimas décadas es la búsqueda de una regularización en el sector, además de la visibilidad y el reconocimiento de todas las profesiones relacionadas con el mundo audiovisual, incluida la del traductor, como un eslabón fundamental y un garante de la calidad del producto final que llega a los consumidores.