En un momento en el que la ciencia se concebía y reducía toda su complejidad en fórmulas simples no resulta extraño que la ciencia política también fuera diseñada siguiendo este esquema. En el siglo XVIII la ciencia comenzaba a proporcionar u paradigma de exactitud que se pretendía emular en otras disciplinas y así la mayor parte de conceptos políticos como soberanía, representación, fueron concebidos con sociedades homogéneas, simples y permanecen vigentes sin cambios aun cuando estas sociedades han cambiado. Ciencia moderna y democracia moderna son dos caras de la misma moneda. Hay que variar la forma en la que se piensa la democracia moderna. Y pasar, como ya se está haciendo en la ciencia, de modelos basados en evidencias a un modelo basado en la incertidumbre, en indicios y riesgos. Se propone la postdisciplinariedad, una percepción del mundo como una entidad similar a un organismo vivo más que mecánico y, en este sentido, algunos conceptos de la naturaleza pueden ser muy útiles para desarrollar la filosofía política. Fenómenos como la burbuja inmobiliaria, o el calentamiento de la economía pueden ser explicables con conceptos propios de la ciencia contemporánea.