La experiencia y manifestaciones de estrés adquieren importancia en la etapa adolescente, ya que los cambios físicos, cognitivos, socioemocionales y conductuales asociados a este período evolutivo implican numerosos acontecimientos generadores de estrés.
En la adolescencia, los estresores pueden provenir de diversos ámbitos como el familiar, académico, relaciones con los iguales, relaciones románticas, conflictos de conciliación entre ocio y exigencias académicas, decisiones sobre el futuro y preocupaciones relacionadas con la apariencia física y la propia identidad (Byrne, Davenport y Mazanov, 2007).
Atendiendo al modelo de estrés como respuesta, las estresores citados anteriormente originan una serie de manifestaciones emocionales, conductuales y fisiológicas. En población adolescente, Fimian, Fastenau, Tashner y Cross (1989) incluyen entre las primeras sentimientos de irritabilidad, miedo, preocupación, ansiedad, agobio, incapacidad para afrontar el instituto, indecisión, incertidumbre, enfado y dejar las cosas para otro día. Las manifestaciones conductuales implican conductas motoras u observables, tales como actuar a la defensiva, descuidar las amistades, actitudes negativas en las relaciones interpersonales con iguales y profesorado, y absentismo escolar por enfermedad. Finalmente, las manifestaciones fisiológicas abarcan cambios de apetito, sudor frío, sensación de hormigueo, afonía, taquicardia y molestias en el estómago.
El objetivo de este trabajo es examinar la relación entre manifestaciones de estrés (emocionales, conductuales y fisiológicas) y medidas de ansiedad, depresión y autoestima en población adolescente.