Madame Bovary es la novela de Flaubert más traducida al castellano. Desde la primera versión de Amancio Peratoner en 1875 hasta la más reciente, de 2014, obra de Javier Albiñana, se han publicado en castellano solo en la Península unas cuarenta traducciones de esta obra. Sus frecuentes retraducciones hablan de un interés ininterrumpido por este clásico y lo convierten en un interesante caso de estudio, ya que, aunque parece aceptada la premisa de que cada generación necesita dotarse de una traducción propia de las obras de referencia universal, en el caso de Madame Bovary resulta evidente que la profusión de retraducciones que se ha venido produciendo en los últimos años responde a mecanismos más complejos, que pretendemos abordar en este estudio. En concreto, nos proponemos averiguar si las nuevas traducciones de esta obra han supuesto una mejora de traducciones previas o si, más bien, responden a políticas del sector editorial.
Para ello, llevaremos a cabo una comparación de traducciones de Madame Bovary publicadas en los últimos años, que se centrará en fragmentos con imágenes del agua presentes en esta novela. Como es bien sabido, Flaubert construye sus imágenes con procedimientos singulares, dotándolas de funciones inéditas, y las utiliza para aportar matices a un personaje, una situación, un estado de ánimo, etc. Muchas de las imágenes de las que se sirve Flaubert proceden de la naturaleza, y entre ellas destaca por su uso la imagen del agua que fluye como símil de lo efímero, pero también con la función de preludio, de símbolos que se anticipan al lector como presagios. Utilizaremos ejemplos de traducciones pasadas y presentes para responder a los interrogantes anteriores.